viernes, 23 de agosto de 2013

Capítulo II.


La noche antes de abandonar el pueblo fui a visitarte por última vez. Nunca te lo llegué a decir, pero habías sido para mí el único amigo que había tenido en ese condenado lugar, y no te merecías una de esas despedidas que sólo sirven para dar pena, o recibirla. Así que intenté comportarme como siempre. Nunca quise hacerte daño, pero hubiera sido peor que toda aquella rabia que me consumía las entrañas hubiese salido a flote. Ya había sacado una vez lo peor de mí, y no volvería a cometer ese mismo error. Por eso me iba, entre otras razones, para asegurarme. Había llegado un momento en el que me sentía aprisionada en mi propio territorio, y notaba la tensión en el ambiente cada vez que me cruzaba con alguien. Sentía sus miradas congeladas en mi espalda, cargadas de odio y rencor. Ya no era bienvenida, nunca lo había sido en realidad. La gente soportaba mi presencia por el simple hecho de que mi madre era la única que alegraba la triste vida de todas aquellas personas. Mi madre pintaba. Y aunque parezca mentira, siendo un pueblo tan pequeño como era aquel, recibía muchos encargos. No solo pintaba con gran maestría, poseía un don que la hacía más valiosa todavía: sabía escuchar. Ella era capaz de ver en el alma de las personas, y plasmarlas en un lienzo tal y como eran. Por eso nadie tenía secretos para ella, y todos habían depositado un pequeño gran trozo de sí mismos en sus manos. Antes de que muriera, les hizo prometer que me permitirían quedarme allí tanto como yo desease cuando ella no estuviera. Por supuesto, aquello no les hizo mucha gracia, pero lo aceptaron, puesto que la mayoría de sus sonrisas se las debían a ella. 

En cuanto a mí, ya no sé qué camino seguir. Podría decir que estoy perdida, pero eso no es del todo cierto, ya que no recuerdo un sólo día en el que me sintiera en paz con el mundo. Tampoco soy una víctima, nunca me he sentido un alma atormentada. Enfadada, inconformista, confusa, tal vez. He pasado por esas etapas. Pero no consiento que pienses que soy un alma atormentada, hay una gran diferencia entre buscarse a sí misma y  ser un alma atormentada. Siento como si ya no encajara en ningún sitio, supongo que sigo buscando. Te echo de menos, pero aprenderé a vivir sin ti. Sé que es duro, pero tú también te acostumbrarás a no tenerme cerca. A veces todavía pienso en aquellas conversaciones que teníamos, y en cómo han cambiado las cosas desde entonces. Recuerda, de todas formas, que siempre voy a estar a tu lado, te lo prometí, y sabes que no rompo nunca mis promesas. Aunque tú no sepas cómo, seguimos en contacto. Yo sé de ti, y a ti no te haría ningún bien saber de mí. Tendrás que conformarte con la promesa de que, si algún día me pasa algo, te lo haré saber. 

Los días ahora parecen todos iguales, pero a la vez siempre tienen algo de diferente, es difícil de explicar. Como supongo que ya sabrás, ahora mismo te escribo desde la cárcel. No voy a darte demasiados detalles acerca de ella, porque te conozco y sé que si te proporciono la información adecuada querrás buscarme. Espero salir pronto de aquí, porque los muros exteriores no son nada comparados con las barricadas que he alzado en torno a mí misma. Hace días que no pienso con claridad. Creo que han comenzado a medicarme con algún tipo de sedante, o algo parecido, y he decidido empezar a hacer huelga de hambre. No creo que les haga mucha gracia; sobre todo si tienes en cuenta que han empezado a sospechar que tal vez esté enferma. Ellos no me han dicho nada, por supuesto. Continúan pensando que soy peligrosa, y que podrá darme otro ataque en cualquier momento. A veces, me visita un psicólogo, se llama Ed. O eso dice él. Me hace una serie de preguntas que él llama "rutinarias" y que a mí me resultan muy aburridas. No tienen nada que ver con las conversaciones que manteníamos nosotros. Pero bueno, he aprendido a sobrellevarlo. Para serte sincera, algunas de esas preguntas me parecen un poco absurdas. Por ejemplo, siempre me pregunta qué tal estoy, pero no de la forma en la que lo hacías tú, más como saludo o, vamos, lo que viene siendo "para romper el hielo". Él lo hace con la intención de que le conteste con sinceridad y, ya puestos a jugar a las verdades: ¿Cómo te sentirías tú si estuvieses encerrado todo el día en un antro reducido, sin luz y entre rejas? Luego dicen que la loca soy yo. No le suelen gustar mis respuestas. Esto tampoco lo dice en alto, pero su actitud defensiva, las piernas cruzadas, el ceño fruncido y la saña que imprime escribiendo en ese cuaderno del que nunca se despega, lo dicen todo. Él piensa que lo disimula, pero a mí no me engaña con esas falsas sonrisas comprensivas. Supongo que algo habré heredado de mi madre. 

Ahora debo irme, me dicen que tengo visita, lo cual es raro, porque no se me ocurre nadie que podría querer hablar conmigo, a parte de ti. Me pregunto quién será. He de dejarte. 

Ojalá algún día encuentres la paz, amigo.

M.J.