jueves, 13 de marzo de 2014

Pequeñas grandes cosas.


Por aquellos que se han mirado con una ternura que ni Benedetti se atrevería a describir, por los que se acarician sin tocarse, o que se odian tanto que no pueden soportar estar separados. Por esos que día tras día anhelan dormir en los brazos del otro, y a los que les tranquiliza oír el latir de un corazón parecido al suyo, y a la vez tan diferente. Por esas furtivas pinceladas de vida que se es esconden detrás de las yemas de tus dedos, y porque algún día salgan a la luz. Por la perfección de tus manos cuando están sobre mi cuerpo. Por los besos en el ombligo y los murmullos al oído, y porque sea algo que nadie nos pueda robar jamás. Por los recuerdos y por dejar volar nuestra imaginación en cualquier lugar, momento o situación, y sonriamos ante una visión que sólo existe en nuestra mente. Por la parsimoniosa prisa de aquel que roza tus caderas. Por la respiración agitada que se percibe bajo las costillas, agotadas de tanto esperar. Por la incertidumbre y el no saber. Y sobre todo y ante todo, por nosotros, por lo vivido, lo no vivido, y lo que nos queda por vivir. 


miércoles, 5 de marzo de 2014

"El infierno está hecho de buenas intenciones."


Nunca sé cómo empezar las historias, nunca si llevan tu nombre impreso, garabatos de tu esencia en mi mente, círculos infinitos de incongruencias que nunca terminan. Osadía hecha pedazos, gaviotas que no saben hacia dónde van, ni hacia dónde quieren ir. Y mientras, continúo observando el vaivén de las olas, esperando respuestas que nunca van a llegar, quizá perdidas en el profundo océano gris. Pienso en ti todos los días, sin excepción. Y siento que no me van a aguantar los huesos de tanto ir y venir, que me estoy resquebrajando por dentro, y que quizá no termine. Ya sé que tú no tenías intención de nada, que la vida está hecha de intenciones, y de interpretaciones de esas intenciones. Pero cada día que pasa me altera más esa libertad que emanas, o esas ganas de vivir, o esa convicción de fragilidad que te tienes a ti mismo. Si es que no has tenido que hacer nada, más que dejarte querer, y eso es precisamente lo que peor se te da de todas las millones de cosas que se te podrían dar mal. Creo que a mí me falta la razón que tú me has quitado en cada suspiro. Y creo también que te gusta excesivamente apropiarte de emociones que no son tuyas, sin tan siquiera plantearte lo que estás haciendo, como si las palabras fueran un absurdo juego, como si tuviese que recordarme a mí misma que también necesito respirar cuando estoy contigo, como si, de una vez por todas, pudiera llegar a asumir todo lo que he dejado atrás, y todo lo que he vivido. 

domingo, 2 de marzo de 2014

Hablemos de presente.


Hablemos de presente, allá vamos, seamos valientes. Invítame a pasear al borde del precipicio, siembra la duda en cada paso que das, permítete el lujo de dejarme sin palabras, de ser impulsivo, de saltar si tienes ganas. Yo intentaré frustrar tus compases, ganar tus apuestas y reírme un poco del gran abismo de las dudas, las incertidumbres y el miedo. Ya sabes cómo soy, o tal vez no lo sepas tan bien como crees, o quizá no lo sepa ni yo. Vivir en un mundo de hipótesis acerca de mí misma tiene su lado divertido y, por lo que parece, ponerme nerviosa, provocarme escalofríos o clavar al rojo vivo y por la espalda el puñal de tu sonrisa se ve que también lo es. Aunque, qué digo, es mucho más que eso. Ha llegado un punto en el que me apasionan hasta tus propios demonios, en el que lucharía contra todo pronóstico, contra todo obstáculo, en el que gritaría tu nombre en un suspiro, en el que huiría de la misma muerte y me repetiría todos los días de mi vida que no te quiero, que no lo siento, que me encierro y me niego a salir. Puedo intentarlo, pero el polvo y las cenizas de mi pecho hablan por sí solas, puedo prometerme mil y una canciones que no pienso, pero pienso. Por poder, puedo susurrarte al oído las veces que he soñado contigo y rezar porque no se vuelvan a repetir. Rezar, ¿a quién? No queda sitio en este mundo para alguien superior, y es que parece que queramos crearnos más problemas, cuando las personas por sí solas ya se bastan más que cualquier Dios. Y si existiese, tendría la cordura suficiente para darse cuenta de la maravillosa criatura a la que ha creado, porque contigo, amor, habría roto todos mis esquemas. 


Territorio.



Me gusta porque entiendes que las personas más bonitas no son siempre las mejores, porque reduces el placer de una mirada a un día normal, y ensalzas cada gesto para convertirlo en poesía no pronunciada. Me gusta porque susurro al viento un ojalá vuelvas, y me contesta cuando estoy al borde de la desesperación. Me gusta porque odias los domingos, o las noches sin luna. O quizá es lo que no me gusta lo que me encanta. La vida siempre es una gran contradicción, un murmullo del destino que te hace pensar que las grandes cosas siempre pasan por casualidad. Y realmente la situación tiene gracia, porque ni creo en el destino, ni creo en la casualidad. Tampoco en la suerte. La gente a la que no le gusta la suerte dice que si quieres algo tienes que buscarlo, y que cuando lo encuentres no debes soltarlo. Pero yo no soy de las que busca, si no de las que se deja llevar, y tampoco soy de las que agarra, si no de las que acaricia. Así que cojamos una de esas noches sin luna y movámonos al ritmo de nuestras respiraciones, hasta que se compenetren, y sienta tus manos arder en mis caderas, o pueda pronunciar el olor de tu pelo. Quiero que lo que nunca ha empezado, no termine jamás.