miércoles, 25 de diciembre de 2013

Algo de antes.


Decían que podía arrebatar sonrisas desesperadas, y regalar falsos recuerdos. Que sus ojos brillaban más que cien puestas de sol, que podía hacer llorar al hombre más fuerte con sólo una exhalación. Era una persona sencilla, con sus defectos y sus virtudes. Tuvo muchos errores, pero lo que hizo, lo supo hacer bien. Quizá por su gran empeño, que permanece a lo largo del tiempo. Arrancó bailes sin música que se me antojaban mágicos. Prendió la mecha de una vida dura, de superación y cansancio. Cuando esa llama se extinguió, el vacío que cubrió ese día fue imparable. Parecía que el cielo estaba conteniendo el aliento. Nadie sabía dónde posar sus palabras, porque parecía no haber hueco para ellas. Dicen también que estos días son tiempos de nostalgia y recuerdo, de bruma y felicidad; quizá sea por eso, que hoy estoy aquí sólo para ti, consagrada a pensar en los momentos de un pasado que sé que no volverán. Así que espero que tú también, especialmente, tengas unas buenas Navidades. Allí donde estés, nunca dejes de saber que hay gente que no te olvida, y que nunca lo hará. Nunca olvides que te quiero.

sábado, 7 de diciembre de 2013

.-Diciembre-.

Huelga decir que te quiero, como los relojes quieren al tiempo, como los pulmones al aire, como el ser humano a la felicidad. Aunque lleve un puñal clavado en la espalda, aunque me cueste respirar, y la voz se me vaya, y apriete el corazón. Sigue siendo extraño extrañarte, inevitable quererte, con el eco de las risas, con el frío del infierno. Y un día, cuando nos veamos y hayamos bailado al son de nuestras vidas, ¿sabremos volver a reconocernos en nosotros mismos?

Peces de ciudad - Joaquín Sabina.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Frozen.


Volvía a casa de una jornada de duro trabajo. Su cara reflejaba la saciedad que sentía últimamente de la vida, el rápido y temible paso de los años. Dejó las llaves en la mesa del recibidor y se deshizo de la maraña de cosas que llevaba entre los brazos. Fue a echar un vistazo al salón. Su marido tenía la vista fija en la televisión, lata de cerveza en mano, y parecía tan ensimismado en el programa que estaba viendo que no se había dado cuenta de su llegada. No se molestó en hacer notar su presencia. Llevaba así muchos años y aquello
no iba a cambiar ahora. Se preparó un sándwich y se lo fue comiendo mientras sacaba documentos y archivos que debía resolver. Antes de enfrascarse en aburridas lecturas fiscales, decidió dedicarse los primeros cinco minutos a sí misma que había tenido en mucho tiempo. Se quitó los zapatos y se sentó en el alféizar de la ventana de su habitación, haciendo gala de una antigua costumbre adolescente. Y ese inocente pensamiento vino acompañado de más recuerdos. Recuerdos inesperados que ya creía olvidados. Una sonrisa torcida. Largos dedos que tocan un piano. Una melodía. Las lágrimas acudieron a sus ojos sin avisar. Una profunda melancolía y la incertidumbre de un paradero desconocido llenaron su pecho de dolor. Había algunas cosas que el tiempo no había logrado curar. Después pensó en ese tren, en los tristes colores que había tenido ese día, en sus ojos la última vez que se habían visto. Y descubrió que hacía mucho tiempo que su vida no era feliz, que se había acabado casando con un hombre al que no amaba, para tener cosas que no necesitaba y un trabajo del que no disfrutaba. Sentía que tenía una vida tan vacía, que sintió pena, mezclada de tal odio y repulsión hacia sí misma que creía que estallaría. Lo único que quería era cruzarse con él, como si fuese un día cualquiera, de una vida cualquiera, en una ciudad cualquiera. Coincidir. Como había sucedido aquel caluroso día de mayo. Necesitaba verlo. Daría cualquier cosa por volver a aquella época, a aquel amor adolescente del que nadie daba nada, por el cual las personas que más quería en el mundo le habían dado la espalda, y nunca más había recuperado. Para al final haberlo perdido todo. Qué irónica es la vida a veces, qué cruel. Bajó los pies del alféizar de la ventana y se levantó. Caminó sumida en sus pensamientos hasta la puerta, en sus recuerdos. La abrió y la cerró por última vez. No llegó a despedirse. No dijo nada, nunca decía nada. Jamás volvió.