lunes, 7 de septiembre de 2015

Punto.


En esta vida nos enseñan a fastidiarla, a cagarla, a joderla y a cometer errores, para poder acabar diciendo con una total indiferencia un solemne: “Da igual, ya estoy acostrumbrado”, pero jamás se nos enseña a disfrutar de una vuelta a casa, de un fin de semana sin hacer nada, de la magia de un primer te quiero bajo la lluvia o de aquella vez que acabaste borracho y gritando junto a tus amigos alguna canción desafinada. De la ilusión de crecer, y no estoy hablando de tamaño. De la belleza de ver unos dedos de los pies enroscados a los tuyos, de la enorme diversión de mandar el mundo a la mierda porque te apetece, y poder volver a empezar de cero cuando quieras. Solo digo que nos enseñan a ser pequeños, pero nunca grandes, y que una vez más, no estoy hablando de tamaño. Se empeñan en que aprendamos la teoría de muchas materias aburridas y sin sentido, sin explicarnos que lo fácil que es echar de menos solo puede quedar contrastado con lo difícil que es echar de más, sin contarnos cuántos y cuántos inviernos nos pasaremos metiendo la naricita entre los brazos de esa persona que tímidamente coquetea con las mariposas de nuestro estómago, a veces para acabar pegándoles un tiro, otras para liberarlas de la jaula que las mantenía presas. Nadie, absolutamente nadie, nos avisa de la noche en que las palabras no pudieron decir todo lo que nuestros silencios expresaron. Porque nos enseñan a vivir con miedo, con frenos, nos prometen que nunca triunfaremos por mucho que hagamos, por mucho que nos esforcemos, porque las altas plazas están reservadas a los realistas, no a los soñadores, y llegar a ser el mejor no es algo que esté a nuestro alcance. Pero en nuestra mano está darnos cuenta de que esto no es así, si ellos mueven el mundo, nosotros lo paramos; si ellos frenan, nosotros adelantamos; y si ellos prohíben, nosotros transgredimos. Puede que no lo consigamos, puede que nos estrellemos estrepitosamente, puede que el mundo cambie y los ricos dejen de ser tan ricos, y los pobres tan pobres; puede, quizás. Lo que está claro es que si seguimos esperando a que el cambio venga a nosotros, habremos fracasado; si seguimos esperando a que otros actúen en nuestro lugar, habremos fracasado; y si seguimos esperando a vivir,  también habremos fracasado. Pero sin duda, el único y verdadero fracaso habrá sido y siempre será el no intentarlo.