Sé
que jamás lograré que todos mis miedos acudan a mi llamada, para poder
describirlos a la luz de la superación. Como sé que nunca enseñaré esa lista,
más pretenciosa de lo que lo son mis ahorros, que esconden todos esos sueños que
quiero regalar. Y quién diría que, sin embargo, mis mejores momentos no guardan
dinero de ningún tipo. Esos instantes tan extraordinariamente difíciles de
hallar, como un pequeño gran tesoro escondido en las lagunas del tiempo. Sé que
jamás terminaré todos esos cadáveres de textos olvidados, recónditos trocitos
de mente guardados en las notas de un móvil. Sé que nunca estaré cómoda
escribiendo ante alguien que no seas tú, porque nadie más puede verme abriendo
mi alma por completo, y sin embargo quiero que tú lo sepas todo. Sé que estamos
acostumbrados a hablar de lo negativo, lo imposible, lo que jamás llegaremos a
hacer, todo aquello que no podemos lograr, fracasos y objetivos hundidos en un
naufragio, caídos en el saco roto del repudio, o quizás al borde de un
precipicio en el que la única salida es también la más dolorosa. Tal vez lo
estamos haciendo mal. Quizá deberíamos empezar a hablar en términos de sí, en
términos de vida. Sí a las mañanas de domingo de desayunos en la cama. Sí a que
la inspiración llegué en los momentos más inoportunos, a medio vestir, a medio
duchar, a medio desnudar. Sí a hacer deporte por el simple placer de hacer
deporte, de poder sonreír con el corazón a mil y todos los poros de tu cuerpo
respirando a la vez. Sí a perseguir tus sueños. Sí a volver. Sí a que se te
ponga la piel de gallina y no sea frío, que sea música. Sí a recorrer los mil
universos a tu lado. Sí a las noches de borrachera con los amigos. Sí a las
tardes de peli y manta. Sí a morder el polvo de vez en cuando, a que el suelo
que pisemos bajo nuestros pies pueda contar nuestras batallas perdidas, y
nuestros firmes pasos de vencedores. Sí a ti, sí a mí, sí a nosotros. Sí a las
cosas imposibles, a los nunca y a los jamás. Sí a la vida. Dime que sí.