lunes, 11 de enero de 2016

Dime que sí.

Sé que jamás lograré que todos mis miedos acudan a mi llamada, para poder describirlos a la luz de la superación. Como sé que nunca enseñaré esa lista, más pretenciosa de lo que lo son mis ahorros, que esconden todos esos sueños que quiero regalar. Y quién diría que, sin embargo, mis mejores momentos no guardan dinero de ningún tipo. Esos instantes tan extraordinariamente difíciles de hallar, como un pequeño gran tesoro escondido en las lagunas del tiempo. Sé que jamás terminaré todos esos cadáveres de textos olvidados, recónditos trocitos de mente guardados en las notas de un móvil. Sé que nunca estaré cómoda escribiendo ante alguien que no seas tú, porque nadie más puede verme abriendo mi alma por completo, y sin embargo quiero que tú lo sepas todo. Sé que estamos acostumbrados a hablar de lo negativo, lo imposible, lo que jamás llegaremos a hacer, todo aquello que no podemos lograr, fracasos y objetivos hundidos en un naufragio, caídos en el saco roto del repudio, o quizás al borde de un precipicio en el que la única salida es también la más dolorosa. Tal vez lo estamos haciendo mal. Quizá deberíamos empezar a hablar en términos de sí, en términos de vida. Sí a las mañanas de domingo de desayunos en la cama. Sí a que la inspiración llegué en los momentos más inoportunos, a medio vestir, a medio duchar, a medio desnudar. Sí a hacer deporte por el simple placer de hacer deporte, de poder sonreír con el corazón a mil y todos los poros de tu cuerpo respirando a la vez. Sí a perseguir tus sueños. Sí a volver. Sí a que se te ponga la piel de gallina y no sea frío, que sea música. Sí a recorrer los mil universos a tu lado. Sí a las noches de borrachera con los amigos. Sí a las tardes de peli y manta. Sí a morder el polvo de vez en cuando, a que el suelo que pisemos bajo nuestros pies pueda contar nuestras batallas perdidas, y nuestros firmes pasos de vencedores. Sí a ti, sí a mí, sí a nosotros. Sí a las cosas imposibles, a los nunca y a los jamás. Sí a la vida. Dime que sí.