miércoles, 16 de julio de 2014

De gatos y puertas.


El otro día me acordé de ti. Brillaste en mi memoria como esas fotos que sabes que tienes pero que no recuerdas, y que cuando las reencuentras te hacen mucha ilusión. Sí, reencuentras, porque nunca sabes las veces que ya las has encontrado antes, quizá de forma inconsciente, en tu memoria, que han vuelto a formar parte de ti. Ahora estoy aquí, escribiendo estas líneas sin mucha fe en mí misma y con Dylan sonando de fondo. Tú tenías los días contados, y yo recogía los momentos de melancolía que se te escapaban para arropar los míos. Te imagino poniendo los ojos en blanco, y permite a mis labios dibujar una sonrisa juguetona solo de pensarlo. He tenido la cabeza hueca, vacía, en todos los sentidos interpretables. No tenía tiempo. Una excusa como otra cualquiera. Ambos sabemos que en realidad no quería tener tiempo, porque el tiempo da qué pensar, y el pensar da puertas. Puertas cerradas, entradas y salidas, algunas asombrosas, otras no tanto. Abismos que parecían insuperables, llaves escondidas bajo alfombras de miedos. Quién sabe, tal vez algún día algún día nos atrevamos a cruzar esa puerta que lleva nuestro nombre, aunque solo sea por curiosidad. Ah. Maldita sea. Siempre acabo metiendo las narices donde no me llaman, improvisando; creo que nací para ser ese gato que debe fallar queriendo saber de más. Lo que no hacía el gato era aprender. Igual le faltó tiempo, como a mí. Pero no, ya he cerrado puertas, abierto otras, husmeado algunas y, desde luego, mandado construir varias que espero, sean tan increíbles como las que he dejado atrás. 

                              

                                                          Matar al cartero - Pereza.