martes, 28 de enero de 2014

Hoy, brindemos por ti.

No lo echo de menos, y ansío escuchar otra voz, una voz que me descarrila, que hace que llueva por dentro, que ignora que ha venido como un vendaval. Una voz, que quema al sol. Siempre nos enseñan a elegir el paraíso, y hoy te digo, que si tuviera que elegir mi propio infierno, mil veces sería contigo.



jueves, 23 de enero de 2014

Querido tú:


Muchas personas piensan que lo único que debes tener para escribir es tiempo libre. Me hace gracia, porque lo dicen con la convicción de quien cree que las palabras fluyen solas cada vez que estás delante del folio. No conocen de bloqueos o de extraños vacíos cada vez que no te sale nada, que no has alcanzado ese estado de suficiencia, a falta de un nombre mejor, ya que no sé cómo referirme a esa sensación. Y es que creo que nadie sabe o, a lo sumo, un par de personas a mi alrededor intuyen, que cuando mejor escribo, al menos bajo mi punto de vista, no es cuando estoy de vacaciones, relajada y, curiosamente, con más tiempo para pensar, si no cuando estoy agobiada, estresada y cansada, cuando parece que no puedo sacar tiempo de ningún sitio. Ahí, es cuando realmente me inspiro. No me preguntes la razón de ello, pero desde que sé que necesito hacer esto, me ha pasado siempre. Otro factor esencial de un buen texto es sentirlo. Y sí, puede parecer que cae de cajón, o que se sobreentiende que debería ser así siempre, pero dime tú cuántos artistas de hoy en día sienten su arte. Dime cuántas personas son capaces de transportar la letra de una canción a tu interior, cuántos pintores capaces de hacer correr por tus venas su propio dolor, cuántos escritores embriagarte con sus palabras, hacerlas tuyas, inundarte de sensaciones que nadie, sólo tú y él conocéis, sufrís y disfrutáis. Cuántos. Yo creo que ese es el paso más importante y también el más difícil que hay que tomar, comprender y aceptar, saber que no vas a poder vivir sin él a partir del momento en el que decides formar parte de ese mundillo.

Un aspecto que la gente no suele comprender es el valor del silencio, muy pocas personas saben hacer uso de él. El silencio tiene varias acepciones, muchas, muchísimas, y seguro que miles de ellas todavía se me escapan. Pero hoy te voy a hablar de dos en concreto.
Con el tiempo, he ido aprendiendo a diferenciar las palabras silenciosas de las palabras ruidosas. Hay una clase de textos que no han sido hechos para leer en alto, que lo único que se puede escuchar de ellos es el silencio. Son textos cuya finalidad es sumergirlos dentro de ti, bien hondo, que hagan temblar tu alma, que remuevan tu conciencia. Tienes que guardar cada una de las frases para ti, y no dejarlas salir, no profanarlas con el sonido de tus cuerdas vocales. Para esa clase de textos, es un sacrilegio. Me gustan mucho este tipo de palabras, son suaves, resbaladizas, se deslizan dentro de ti sin ni siquiera pedir permiso, y normalmente lo hacen para quedarse. Después están las palabras ruidosas, las potentes, todo lo contrario a la delicadeza de las palabras silenciosas. Están llenas de fuerza, de pasión y, si son utilizadas de forma correcta, también de sabiduría. Son las más peligrosas y, como todo lo peligroso de este mundo, también las más atractivas, las más absorbentes, las más embriagadoras. Te rodean, te golpean y te abren o cierran los ojos. Conozco a gente que incluso se ha dejado poseer por este tipo de palabras, y precisamente por eso hay que tener cuidado, a veces construyes tu propia prisión inexpugnable con ellas, de la que no puedes escapar. Este tipo de palabras son las que mueven masas, las poderosas, las que deben ser habladas, gritadas y repetidas a los cuatro vientos, para bien o para mal. También me gustan mucho, aunque quizá no las utiliza tanto como debería, ya que a veces es necesario correr riesgos, y no es una práctica que nunca se me haya dado bien.

El último aspecto a tener en cuenta en un caso como este, pero no por ello el menos importante, es un tema. Amor, odio, pasión, dolor, deseo, esperanza, revolución, soledad, qué es lo que hiciste anoche, la primavera, tu trabajo, la última llamada que has recibido… Hay un sinfín de ocurrencias y sucesos en la vida de una persona que podrían constituir un tema del que hablar o, en este caso, un tema sobre el que escribir, aunque a veces no encuentres ni uno solo. Si me permites la comparación, es como uno de esos días en los que abres la nevera repleta de comida, sabiendo que tienes hambre, pero no sabes qué coger, nada te apetece. He tenido etapas en mi vida en las que me ha pasado eso, y supongo que me quedarán otras muchas por delante. Pero hoy por fin lo he conseguido, ya tengo mi tema. 


miércoles, 22 de enero de 2014

Ser valiente no es sólo cuestión de suerte.

¿Quiénes son los valientes? ¿Todos aquellos que se atreven a luchar? ¿O los que son capaces de esperar sin rendirse? Los valientes no son los que aparecen en historias contadas a la luz del fuego, como personajes invisibles de una apacible noche de verano, no son seres utópicos. Los valientes, los verdaderos valientes, somos nosotros. Soy yo atreviéndome a esperar por esa persona por la que daría la vida, aunque quizá todavía no lo sepa. Eres tú, levantándote de la cama todos los días, osando vivir, y no dejando pasar los días como si jugases a la ruleta rusa, haciendo tiempo para que la suerte vuelva a sonreír, pero sin hacer nada por intentar buscarla. Es mi madre, pregúntame qué tal estoy después de haber pasado un largo día de duro trabajo. Es tu amigo, escuchando, ayudando y teniendo además que convivir con sus propios problemas, que quizá no te cuente para no preocuparte. A veces me pregunto cuántos valientes quedan en el mundo. Es difícil distinguirlos del resto de personas, son discretos, no les gusta llamar la atención pero, si tienes la oportunidad de tratar con uno de ellos, acabas descubriendo que los hechos hablan por sí mismos. Me gustaría decir que yo también soy valiente, que no he tenido días grises, de esos en los que cuentas el paso de los minutos sólo deseando que termine lo antes posible. Me gustaría poder decir que me he atrevido a hacer todo aquello que me he plateado alguna vez, luchar y cumplir eso que dicen de que el que la sigue la consigue. Que no he echado de menos el sonido de un murmullo incandescente. No sé si las voces pueden llegar a ser incandescentes, en cualquier caso, si existe algún adjetivo que describa aquel susurro, es esa palabra. Me gustaría también poder afirmar que siempre me han salido las palabras y que no espero día tras día, impaciente, el resonar de una guitarra aún dormida, perezosa melodía. Pero yo también me guío por otro principio, quizá sea debido a mi poca experiencia, o que la valentía es algo que se adquiere con los años, o simplemente es que nací así y así moriré, pero soy partidaria de que perdiendo también se gana, de que fallar es bueno, y de que sentirse cobarde ayuda. Que en ocasiones, por mucho que te pidan quedarte estoicamente en tu sitio y aguantar, no haces caso, sigues tu instinto, que te pide correr a gritos. Y es lo que acabas haciendo, corres y corres sin mirar atrás, porque el pasado duele y es mucho más fácil mirar hacia delante, inclinar la balanza a favor de algo nuevo porque, aunque ni siquiera esos valientes lo reconozcan, todos necesitamos huir alguna vez. ¿Y si eso es lo que realmente define a los valientes?



lunes, 20 de enero de 2014

Petición.

Y ahora mismo, lo más valiente, lo más hermoso que puedo decirte, es que me has dejado sin palabras. 


Devuélvemelas, por favor. Sin ellas no soy yo, sin ser yo, no me encuentro.


 Y si me pierdo...

viernes, 3 de enero de 2014

Paz.

Aprendí que las personas cambian con el paso del tiempo, vaya si lo aprendí. La eternidad me agarró por los hombros y me devolvió a la realidad de un mundo cruel movido por impulsos egoístas. Aprendí que no todo lo que se sabe se conoce, y que algo predecible puede darte una sorpresa y convertirse en inesperado. Que la confianza es un plato que se sirve de postre, y sólo unos pocos saben apreciar su dulzura. Aprendí también que siempre es mejor echar los dos brazos antes que una mano a alguien que realmente lo valore. Que tú mismo es lo más preciado que tienes, al fin y al cabo, vivirás contigo el resto de tu vida. Que toda experiencia, buena o mala, es necesaria vivirla, que nos enseñan cómo somos, y en qué nos convertiremos. Que la gente importante nunca se va, y los que no te merecen acaban buscando algo peor, porque podrías llegar a hacerles sombra con tu altura. Que hay recuerdos que deben ser dejados atrás, y otros que han sido grabados a fuego en los túneles de la memoria, acompañándome el resto de mi existencia. Y que cuando vea a mis nietos jugar, siga siendo esa niña asustada que un día temió no encontrar en el mundo la paz que tanto anhelaba, y seguir luchando hasta el fin de sus días por aferrarse a ella, adopte la forma que adopte. Y que él, esté donde esté, y pase el tiempo que pase, siempre será mi paz.