jueves, 23 de enero de 2014

Querido tú:


Muchas personas piensan que lo único que debes tener para escribir es tiempo libre. Me hace gracia, porque lo dicen con la convicción de quien cree que las palabras fluyen solas cada vez que estás delante del folio. No conocen de bloqueos o de extraños vacíos cada vez que no te sale nada, que no has alcanzado ese estado de suficiencia, a falta de un nombre mejor, ya que no sé cómo referirme a esa sensación. Y es que creo que nadie sabe o, a lo sumo, un par de personas a mi alrededor intuyen, que cuando mejor escribo, al menos bajo mi punto de vista, no es cuando estoy de vacaciones, relajada y, curiosamente, con más tiempo para pensar, si no cuando estoy agobiada, estresada y cansada, cuando parece que no puedo sacar tiempo de ningún sitio. Ahí, es cuando realmente me inspiro. No me preguntes la razón de ello, pero desde que sé que necesito hacer esto, me ha pasado siempre. Otro factor esencial de un buen texto es sentirlo. Y sí, puede parecer que cae de cajón, o que se sobreentiende que debería ser así siempre, pero dime tú cuántos artistas de hoy en día sienten su arte. Dime cuántas personas son capaces de transportar la letra de una canción a tu interior, cuántos pintores capaces de hacer correr por tus venas su propio dolor, cuántos escritores embriagarte con sus palabras, hacerlas tuyas, inundarte de sensaciones que nadie, sólo tú y él conocéis, sufrís y disfrutáis. Cuántos. Yo creo que ese es el paso más importante y también el más difícil que hay que tomar, comprender y aceptar, saber que no vas a poder vivir sin él a partir del momento en el que decides formar parte de ese mundillo.

Un aspecto que la gente no suele comprender es el valor del silencio, muy pocas personas saben hacer uso de él. El silencio tiene varias acepciones, muchas, muchísimas, y seguro que miles de ellas todavía se me escapan. Pero hoy te voy a hablar de dos en concreto.
Con el tiempo, he ido aprendiendo a diferenciar las palabras silenciosas de las palabras ruidosas. Hay una clase de textos que no han sido hechos para leer en alto, que lo único que se puede escuchar de ellos es el silencio. Son textos cuya finalidad es sumergirlos dentro de ti, bien hondo, que hagan temblar tu alma, que remuevan tu conciencia. Tienes que guardar cada una de las frases para ti, y no dejarlas salir, no profanarlas con el sonido de tus cuerdas vocales. Para esa clase de textos, es un sacrilegio. Me gustan mucho este tipo de palabras, son suaves, resbaladizas, se deslizan dentro de ti sin ni siquiera pedir permiso, y normalmente lo hacen para quedarse. Después están las palabras ruidosas, las potentes, todo lo contrario a la delicadeza de las palabras silenciosas. Están llenas de fuerza, de pasión y, si son utilizadas de forma correcta, también de sabiduría. Son las más peligrosas y, como todo lo peligroso de este mundo, también las más atractivas, las más absorbentes, las más embriagadoras. Te rodean, te golpean y te abren o cierran los ojos. Conozco a gente que incluso se ha dejado poseer por este tipo de palabras, y precisamente por eso hay que tener cuidado, a veces construyes tu propia prisión inexpugnable con ellas, de la que no puedes escapar. Este tipo de palabras son las que mueven masas, las poderosas, las que deben ser habladas, gritadas y repetidas a los cuatro vientos, para bien o para mal. También me gustan mucho, aunque quizá no las utiliza tanto como debería, ya que a veces es necesario correr riesgos, y no es una práctica que nunca se me haya dado bien.

El último aspecto a tener en cuenta en un caso como este, pero no por ello el menos importante, es un tema. Amor, odio, pasión, dolor, deseo, esperanza, revolución, soledad, qué es lo que hiciste anoche, la primavera, tu trabajo, la última llamada que has recibido… Hay un sinfín de ocurrencias y sucesos en la vida de una persona que podrían constituir un tema del que hablar o, en este caso, un tema sobre el que escribir, aunque a veces no encuentres ni uno solo. Si me permites la comparación, es como uno de esos días en los que abres la nevera repleta de comida, sabiendo que tienes hambre, pero no sabes qué coger, nada te apetece. He tenido etapas en mi vida en las que me ha pasado eso, y supongo que me quedarán otras muchas por delante. Pero hoy por fin lo he conseguido, ya tengo mi tema. 


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