viernes, 9 de septiembre de 2016

Le dan muchos nombres, pero tienen miedo a pronunciar desigualdad.

Hoy, a eso de las 19:45 de la tarde, decidí volver a casa caminando, actividad que disfruto mucho. Me había puesto los cascos, como siempre, e iba sumida en mis pensamientos, observando la bulliciosa actividad que se respiraba en la ciudad a esas horas. De repente sentí que me estaban mirando. El origen de tal atención estaba en dos chavales que iban en coche, de los cuales el copiloto me dijo algo que no alcancé a oír y me lanzó un beso. Yo lo ignoré, seguí caminando y opté por ni siquiera mirarlos. Entonces ellos se vieron obligados a parar en el semáforo que yo iba a cruzar, que estaba en rojo. Me seguían mirando, con unas sonrisas de suficiencia que me molestaron bastante. Justo cuando iba a cruzar, maldita la casualidad que pasaron dos hombres mayores detrás de mí, gritándome lo siguiente: “Morena, qué buena que estás”. El tono de su voz fue tan alto que lo escuché por encima de la música, que a esas alturas ya había pausado. Eso le dio la oportunidad perfecta al que iba en coche para redundar en sus obscenos comentarios.
No sé si os ha ocurrido una escena similar a esta, si la habéis observado o incluso habéis participado. Sea como sea, está mal. Cuantas más vueltas le daba al asunto, más cuenta me daba de lo enferma que está la sociedad en la que vivimos, de la falta de valores, de educación y  de comprensión que existe. Os lo explicaré del siguiente modo: no nos hacéis sentirnos más bellas, no contribuís a nuestra autoestima, no es un halago para nosotras. Al contrario, esto fue lo que creció en mi interior de forma descontrolada: rabia, impotencia, indignación, miedo, asco, vergüenza. No somos los objetos sexuales de nadie, ni estamos aquí para satisfacer al nivel que sea. No. Somos personas, con una inteligencia, con unos ideales, valores, pensamientos, sueños e ilusiones. Somos iguales, y hasta que eso no esté totalmente inculcado e interiorizado en todas nuestras mentes, tanto de hombres como de mujeres, la sociedad no va a avanzar. Y creedme, todavía queda mucho recorrido. ¿Qué habría pasado si esto hubiese sucedido de noche? Es la pregunta inevitable que todavía me corroe por dentro. No quiero salir a la calle con miedo, no quiero que ningún hombre ni mujer salga la calle sintiéndose amenazado, ni leer cada día terribles noticias que corroboran la falta de moral existente.
 Por otro lado, hoy mismo me he enterado del deplorable comportamiento de una profesora universitaria en sus clases. Afirmaba estar al cien por cien dispuesta a ayudar a toda chica con su TFG, con cualquier duda, con cualquier problema. Sin embargo, este no era el comportamiento que exhibía con los hombres. Proclamaba a todo aquel que estuviera escuchándola que no pensaba mover un dedo para ayudarles en nada, porque “las mujeres son más listos que los hombres” y “ella era muy feminista”. Promover el odio de forma irracional, ser injusta y completamente parcial, que el simple hecho de haber nacido hombre o mujer se convierta en la razón de creerse con derecho a brindar determinados privilegios. Eso no es ser feminista. Ni siquiera es ser profesora. Eso es dar más argumentos para que la sociedad se forme una idea todavía más equivocada del feminismo, eso es manchar el común objetivo de conseguir la igualdad. Pero eso no es lo más preocupante. Puedo imaginarme a hombres criticándola, defendiéndose, mostrando que ellos no encarnan la prehistórica imagen de la brutalidad sin sesera. Igualmente me puedo imaginar titulares proclamando el machismo de los jóvenes, la mujer como víctima, orgullosa de la tiránica inmunidad que le da su condición femenina en determinadas situaciones. No señores, esto tampoco es machismo, y una vez más hemos errado en nuestro cometido. Así que no, para ellos tampoco es fácil deshacerse de esos roles de dominancia, brutalidad, fuerza y protección. También aman, también sienten, también les duele y tienen ganas de llorar, así como el mismo derecho que nosotras a hacerlo sin que por ello solo reciban descalificativos.

Finalmente, me gustaría creer que algún día podremos crear una sociedad totalmente igualitaria, donde las mujeres puedan salir de casa sin sentirse inferiores y a los hombres se les permita tener inseguridades. Una sociedad donde los términos machismo y feminismo solamente se puedan leer en los libros de historia, donde queden plasmados como un recordatorio de un mundo en el que el único concepto válido sea igualdad. 


                                                Resultado de imagen de hombres y mujeres balanza

martes, 14 de junio de 2016

Las partículas elementales.

<< Aldous Huxley era un optimista, como su hermano...-dijo con una especie de disgusto—. La mutación metafísica que originó el materialismo y la ciencia moderna tuvo dos grandes consecuencias: el racionalismo y el individualismo. El error de Huxley fue evaluar mal la relación de fuerzas entre ambas consecuencias. Más concretamente, su error fue subestimar el aumento del individualismo producido por la conciencia creciente de la muerte. Del individualismo surgen la libertad, el sentimiento del yo, la necesidad de distinguirse y superar a los demás. En una sociedad racional como la que describe Un mundo feliz, la lucha puede atenuarse. La competencia económica, metáfora del dominio del espacio, no tiene razón de ser en una sociedad rica, que controla los flujos económicos. La competencia sexual, metáfora del dominio del tiempo mediante la procreación, no tiene razón de ser en una sociedad en la que el sexo y la procreación están perfectamente separados; pero Huxley olvida tener en cuenta el individualismo. No supo comprender que el sexo, una vez disociado de la procreación, subsiste no ya como principio de placer, sino como principio de diferenciación narcisista; lo mismo ocurre con el deseo de riquezas. ¿Por qué el modelo socialdemócrata sueco no ha logrado nunca sustituir al modelo liberal? ¿Por qué nunca se ha aplicado al ámbito de la satisfacción sexual? Porque la mutación metafísica operada por la ciencia moderna conlleva la individuación, la vanidad, el odio y el deseo. En sí, el deseo, al contrario que el placer es fuente de sufrimiento, odio e infelicidad. Esto lo sabían y enseñaban todos los filósofos: no sólo los budistas o los cristianos, sino todos los filósofos dignos de tal nombre. La solución de los utopistas, de Platón a Huxley pasando por Fourier, consiste en extinguir el deseo y el sufrimiento que provoca preconizando su inmediata satisfacción. En el extremo opuesto, la sociedad erótico-publicitaria en la que vivimos se empeña en organizar el deseo, en aumentar el deseo en proporciones inauditas, mientras mantiene la satisfacción en el ámbito de lo privado. Para que la sociedad funcione, para que continúe la competencia, el deseo tiene que crecer, extenderse y devorar la vida de los hombres.>>

viernes, 3 de junio de 2016

Testamento antes de vivir.

Cuando llegue el final de mi vida, que espero coincida con mi muerte,- pues estar muerto en vida es de las peores cosas que te pueden suceder- quiero dejar asuntos zanjados con este mundo. Quizá los veintiún años no sean una buena edad para hacer un testamento recopilatorio de recuerdos y sueños, pero quién dice qué es lo correcto y qué no salvo nuestra propia moralidad. Así que mi cuerpo me lo ha pedido ahora, simple y llanamente. Antes de nada me gustaría hacer un llamamiento especial a todos los amargados, embusteros, personas “mucho ruido y pocas nueces”, a toda esa gente que pisotea los buenos momentos, a los envidiosos, a los que no saben disfrutar su propia vida aun teniendo más de lo que son capaces de ver, a los que solo saben quejarse sin nunca sonreír, a los que no se permiten soltar una enorme carcajada al mundo. Y sí, sobre todo a los que suspendéis con un 4,9. A todos vosotros. Fuck you por igual. Ojalá, de veras, encontréis la paz que habéis perdido por el camino, que habéis olvidado en algún recóndito lugar de vuestras memorias. No lo intentéis, no tenéis ni idea de lo fuertes que pueden llegar a ser las personas, lo peor que podéis hacer es subestimar al que creéis inferior, ya que quizá os sorprendan. Aunque debo reconocer que una cosa sí tengo que agradeceros personalmente, me habéis enseñado cómo no quiero ser, y eso es a veces más importante que buscarte a ti mismo. 
En segundo lugar, me gustaría dar las gracias. Es de bien nacidos ser agradecidos, si lo dicen todas las madres del mundo, que saben más que todos nosotros, por algo será. Así es que quiero dar gracias por toda esa gente que ama tanto la vida que acaba convirtiéndose en vida, a todos los que un día os disteis cuenta de que podéis hacer brillar el sol en un día nublado, y que vuestro propio mundo es más grande de lo que jamás (casi) nadie sabrá. Gracias a la gente cuyo cariño y ternura es pura poesía, por esa bondad que carece del lado malo de las cosas. Por la inocencia, por las ilusiones no mancilladas. Gracias a todos los que creéis en la magia, por hacer fantástico el mundo real, por demostrarnos que lo que creemos irreal es a veces más tangible que lo material. Gracias por las líneas rápidas de cada te quiero, porque sois los que movéis el mundo, los que sentís la pasión más allá de una simple palabra para hacerte sentir mejor. Gracias a los que no dejáis de aprender, a los que amáis el conocimiento, el saber por saber, sin necesidad de escupírselo a otros ni de regocijo, solo porque te hace sentir vivo. Gracias a la gente que está loca, sois los mejores. Si alguna vez os han dicho: “Tío, se te va la olla”, eso es bueno. Gracias a todos los libros que me ayudaron a crecer, que me enseñaron más que algunas personas, que me permitieron saborear cada palabra regalándome tesoros que jamás podrá darme toda mi formación educativa. Porque eso también es educación.
Gracias, finalmente, a todos los que buscamos cada día conseguir una pizca más de vida que antes no teníamos, atesorándola como si fuese única, y es que sabemos que en realidad es el propio tiempo el que nos regala, y no el que nos quita. Gracias.

domingo, 3 de abril de 2016

De cuando aún vomitaba palabras.

No sé por qué tuvimos que irnos y, sin embargo, seguimos estando. No sé por qué nos hemos vuelto sosos, anodinos, infranqueables. No sé por qué ya nada me llena, pero tampoco me siento vacía. No sé por qué nunca te conté que me habría encantado fotografiar cada micro expresión tuya. No sé por qué te oculté mi verdadera pasión por escribir, quizá porque prefiero que nadie me lea. No sé por qué jodida razón tuviste que devolver todos esos besos robados, y te empeñaste además en buscar demasiado en mi interior, te dije que no jugaras con fuego. No sé por qué he construido tantas y tantas barreras a mi alrededor, menudo peligro conlleva el dejar de sentir, el evitar analizar. Seguro que alguien como yo dijo en un pasado eso de que siendo ignorante se vive mucho más feliz. Seguro que las nubes me llaman y el cielo se echa las manos a la cabeza inquiriendo un “¿Qué has hecho contigo?”. Seguro que no estoy segura. Seguro que tu piel todavía sabe a sal. Seguro que no quiero volver a probarla. O sí. O no.  

viernes, 5 de febrero de 2016

Trinchera.

Hay días en los que parece que todas las palabras del mundo se te agolpan en la cabeza, tropezando entre ellas y pugnando por salir las primeras. Hay días en los que todos esos recuerdos, imágenes, ideas y sentimientos son tantos y tan complejos, que no sabrías cómo expresarlos, cómo plasmarlos en un papel, cómo matizar qué es exactamente lo que te inquieta. Es en estos días en los que solo necesitas unos conocidos brazos protectores rodeándote, un hogar inexpugnable convertido en persona, una dulzura y un calor en la mirada que los años no conseguirán borrar. Y es cierto, no necesito mucho para ser feliz, no necesito a mucha gente. Hay ocasiones en las que más vale la persona exacta en el momento exacto, antes que una multitud que te haga sentir vacía. Y hay otras ocasiones en las que sólo te necesitas a ti misma. Os puedo asegurar que es la experiencia más bonita a la par que terrorífica el intentar comprenderse. Os prometo que hay cosas de mí que no aguanto. ¿Nunca os habéis preguntado qué estaríais dispuestos a hacer? ¿Hasta dónde podéis llegar? ¿Cuáles son vuestros límites? ¿Si moriríais literalmente por alguien, por algo? Puede que convivir con uno mismo no siempre sea lo más divertido del mundo, puede que a veces cueste, que sea duro, pero os aseguro que poca gente es capaz de hacerlo. Muy pocos son uno mismo. Muy pocos se hablan, y menos aún se escuchan. Muy pocos se reconocen en el espejo cuando se miran, porque muy pocos se soportan. No lo sé, quizá son cosas que tenemos que ir aprendiendo con los años. Quizá nos centramos tanto en la adrenalina, en la velocidad, en las experiencias, que no nos damos cuenta de que la mayor emoción que existe se resume entre cuatro paredes, en carne, hueso y piel. Quizá ni siquiera somos capaces de apreciar esos pequeños tesoros. Pero lo haremos, algunos cuando todavía no sea demasiado tarde, y cuando las fuerzas para luchar todavía no se hayan agotado. Quizá lo que veamos entonces en nuestro interior ya no se pueda solucionar, quizá nos horrorice más de lo que pensábamos, quizá ni siquiera nosotros tenemos arreglo ya. Mírate, mírate a ti mismo ahora que puedes, y no esperes a que sea demasiado tarde.


lunes, 11 de enero de 2016

Dime que sí.

Sé que jamás lograré que todos mis miedos acudan a mi llamada, para poder describirlos a la luz de la superación. Como sé que nunca enseñaré esa lista, más pretenciosa de lo que lo son mis ahorros, que esconden todos esos sueños que quiero regalar. Y quién diría que, sin embargo, mis mejores momentos no guardan dinero de ningún tipo. Esos instantes tan extraordinariamente difíciles de hallar, como un pequeño gran tesoro escondido en las lagunas del tiempo. Sé que jamás terminaré todos esos cadáveres de textos olvidados, recónditos trocitos de mente guardados en las notas de un móvil. Sé que nunca estaré cómoda escribiendo ante alguien que no seas tú, porque nadie más puede verme abriendo mi alma por completo, y sin embargo quiero que tú lo sepas todo. Sé que estamos acostumbrados a hablar de lo negativo, lo imposible, lo que jamás llegaremos a hacer, todo aquello que no podemos lograr, fracasos y objetivos hundidos en un naufragio, caídos en el saco roto del repudio, o quizás al borde de un precipicio en el que la única salida es también la más dolorosa. Tal vez lo estamos haciendo mal. Quizá deberíamos empezar a hablar en términos de sí, en términos de vida. Sí a las mañanas de domingo de desayunos en la cama. Sí a que la inspiración llegué en los momentos más inoportunos, a medio vestir, a medio duchar, a medio desnudar. Sí a hacer deporte por el simple placer de hacer deporte, de poder sonreír con el corazón a mil y todos los poros de tu cuerpo respirando a la vez. Sí a perseguir tus sueños. Sí a volver. Sí a que se te ponga la piel de gallina y no sea frío, que sea música. Sí a recorrer los mil universos a tu lado. Sí a las noches de borrachera con los amigos. Sí a las tardes de peli y manta. Sí a morder el polvo de vez en cuando, a que el suelo que pisemos bajo nuestros pies pueda contar nuestras batallas perdidas, y nuestros firmes pasos de vencedores. Sí a ti, sí a mí, sí a nosotros. Sí a las cosas imposibles, a los nunca y a los jamás. Sí a la vida. Dime que sí.