viernes, 19 de julio de 2013

Underwood.


Una vez existió un lugar en el que se guardaban todos aquellos recuerdos que nunca vivimos. Esas escenas imaginadas en la oscuridad de la noche, y de las que nunca hemos sido partícipes de sus encantos. Esas historias robadas tras tanta histeria. Alguien me contó un frío día de diciembre que allí encontró el que debía haber sido su primer beso, y que fue tan hermoso que decidió quedarse en ese lugar para siempre, viviendo ese mismo recuerdo una y otra vez, y que, mientras hablaba conmigo, lo estaba volviendo a ver. Había tantos momentos guardados, como si fuesen cenizas de viejos libros quemados. Maravillosas sensaciones que jamás llegaron a suceder, sonrisas al viento que se perdieron en su día, con el avance de las nubes, y que quizá nunca fueron olvidadas por alguien. Saber que, mientras esa persona siga existiendo, los recuerdos, de un modo u otro, todavía se guardan en ese lugar, esperando a convertirse en futuro incierto, improbable, ridículo sólo de pensarlo. Pero mientras quede una esperanza, por pequeña que sea, de que dicho recuerdo va, algún día, a pasar a formar parte de tu pasado, tú lo vas a atesorar como si fuese tu propio hijo porque, al fin y al cabo, también lleva tu sangre.

Dicen que ese lugar es un mito inventado por esos lunáticos a los que tachan de ingenuos e inmaduros. Una simple ilusión. Pero tú sabes que no es así, y yo lo sé, y él, y también ella, porque todos lo llevamos dentro, aunque no queramos, aunque nos neguemos a creerlo. Y es sólo nuestro.


domingo, 14 de julio de 2013

Gotas.


Ella mira por la ventana y ve llover, pequeñas gotas se deslizan por el cristal y acaban muriendo en el alféizar de la ventana. Observa cada par de ellas, convirtiéndolo inconscientemente, por costumbre de su niñez, en una carrera. Es curioso cómo la mayoría de gotas se unen antes de terminar su insegura trayectoria, cómo prefieren mantenerse juntas a enfrentarse entre sí, aunque dicha competición sólo exista en su mente. Le parece extraordinario que esos dos diminutos fenómenos de la naturaleza prefieran morir juntos, antes que luchar. Se pregunta si no podrían hacer lo mismo las personas, si no podrían ser por un instante como el agua. Aprender a amarse de una forma natural, antes que acabar enfrentados. Ella se pregunta también qué les sucedería a esas gotas si no llegaran a juntarse, cuál sería  su verdadero objetivo, qué conseguirían con ganar esa imaginaria carrera. Una vez más, se pregunta cuántos miles de gotas estarán cayendo en ese momento sobre la ciudad, y cuánta gente habrá prestándoles verdadera atención, aprendiendo de ellas. Ahora entiende a las personas mayores cuando le dicen que la naturaleza es sabia, porque cuando encuentras a una gota que sigue un camino paralelo al tuyo, y decides estar con ella, formar parte de ella, haceros los dos más grandes, más fuertes, más seguros, siempre es mejor que mantenerse alejados, distantes, indiferentes. Necesitamos a alguien a nuestro lado, siempre. La vida no es un camino para recorrer solos, por mucho que uno se empeñe en alejar de sí a la gente que le quiere. Ella se pregunta si no sería una gota de agua salada, parecida pero incompatible, se pregunta qué pasó, qué fue lo que hizo mal para que la vida escogiese un curso antinatural, o si, al igual que las carreras de gotas, esa sensación era algo que sólo estaba en su imaginación. 



miércoles, 3 de julio de 2013

Maldita dulzura la tuya.



Vivimos en un mundo en el que soñar ya no es gratis, en el que no puedes esperar palabras de agradecimiento si no se obtiene algo a cambio, y en el que nos resulta mucho más fácil ignorar nuestra realidad que sonreírle. Yo ya sé, mejor que nadie, que buscar las palabras adecuadas no siempre es fácil, por eso muchas veces las veo flotando por encima de mi cabeza, como si ellas también estuviesen esperando a ser usadas, a que llegue su momento. Últimamente las mantengo encarceladas en pensamientos, porque tengo miedo a soltarlas y que el daño que puedan causar sea peor del que pueda esperar. Esto es algo que tengo que hacer yo sola y sin ayuda, ya que las palabras son algo muy íntimo de cada uno, aunque no todos le den el mismo valor. Yo observo las mías, y las mezo con el paso del tiempo, las perfecciono, a pesar de que al final, lo natural y espontáneo siempre termina siendo lo más original. Es como intentar escribir sin pensarte, y es que todavía no he encontrado palabras que sepan hacer ese trabajo por mí. Pero no temas, las encontraré, y entonces serán más fuertes, más sutiles, más consistentes, y tendrán una actuación tal, que ni siquiera tú serás capaz de pararlas, porque ya no las controlarás, sino que ellas te invadirán a ti, y vas a sentir todo lo que hasta ahora no pudiste. Te llenará una sensación de desasosiego interior, y te llegarán todos mis sentimientos de golpe, como si sólo hubieran nacido para eso. Así nos reímos un rato, quizá de lo curioso que es el mundo, quizá del cambiante tiempo o de cualquier otra obsesión sin importancia y, como siempre, nuestros verdaderos motivos quedarán encerrados sólo para nosotros, porque llevamos toda la vida sin mostrarlos, y no lo haremos ahora.