domingo, 14 de julio de 2013

Gotas.


Ella mira por la ventana y ve llover, pequeñas gotas se deslizan por el cristal y acaban muriendo en el alféizar de la ventana. Observa cada par de ellas, convirtiéndolo inconscientemente, por costumbre de su niñez, en una carrera. Es curioso cómo la mayoría de gotas se unen antes de terminar su insegura trayectoria, cómo prefieren mantenerse juntas a enfrentarse entre sí, aunque dicha competición sólo exista en su mente. Le parece extraordinario que esos dos diminutos fenómenos de la naturaleza prefieran morir juntos, antes que luchar. Se pregunta si no podrían hacer lo mismo las personas, si no podrían ser por un instante como el agua. Aprender a amarse de una forma natural, antes que acabar enfrentados. Ella se pregunta también qué les sucedería a esas gotas si no llegaran a juntarse, cuál sería  su verdadero objetivo, qué conseguirían con ganar esa imaginaria carrera. Una vez más, se pregunta cuántos miles de gotas estarán cayendo en ese momento sobre la ciudad, y cuánta gente habrá prestándoles verdadera atención, aprendiendo de ellas. Ahora entiende a las personas mayores cuando le dicen que la naturaleza es sabia, porque cuando encuentras a una gota que sigue un camino paralelo al tuyo, y decides estar con ella, formar parte de ella, haceros los dos más grandes, más fuertes, más seguros, siempre es mejor que mantenerse alejados, distantes, indiferentes. Necesitamos a alguien a nuestro lado, siempre. La vida no es un camino para recorrer solos, por mucho que uno se empeñe en alejar de sí a la gente que le quiere. Ella se pregunta si no sería una gota de agua salada, parecida pero incompatible, se pregunta qué pasó, qué fue lo que hizo mal para que la vida escogiese un curso antinatural, o si, al igual que las carreras de gotas, esa sensación era algo que sólo estaba en su imaginación. 



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