viernes, 19 de julio de 2013

Underwood.


Una vez existió un lugar en el que se guardaban todos aquellos recuerdos que nunca vivimos. Esas escenas imaginadas en la oscuridad de la noche, y de las que nunca hemos sido partícipes de sus encantos. Esas historias robadas tras tanta histeria. Alguien me contó un frío día de diciembre que allí encontró el que debía haber sido su primer beso, y que fue tan hermoso que decidió quedarse en ese lugar para siempre, viviendo ese mismo recuerdo una y otra vez, y que, mientras hablaba conmigo, lo estaba volviendo a ver. Había tantos momentos guardados, como si fuesen cenizas de viejos libros quemados. Maravillosas sensaciones que jamás llegaron a suceder, sonrisas al viento que se perdieron en su día, con el avance de las nubes, y que quizá nunca fueron olvidadas por alguien. Saber que, mientras esa persona siga existiendo, los recuerdos, de un modo u otro, todavía se guardan en ese lugar, esperando a convertirse en futuro incierto, improbable, ridículo sólo de pensarlo. Pero mientras quede una esperanza, por pequeña que sea, de que dicho recuerdo va, algún día, a pasar a formar parte de tu pasado, tú lo vas a atesorar como si fuese tu propio hijo porque, al fin y al cabo, también lleva tu sangre.

Dicen que ese lugar es un mito inventado por esos lunáticos a los que tachan de ingenuos e inmaduros. Una simple ilusión. Pero tú sabes que no es así, y yo lo sé, y él, y también ella, porque todos lo llevamos dentro, aunque no queramos, aunque nos neguemos a creerlo. Y es sólo nuestro.


No hay comentarios:

Publicar un comentario