miércoles, 3 de julio de 2013

Maldita dulzura la tuya.



Vivimos en un mundo en el que soñar ya no es gratis, en el que no puedes esperar palabras de agradecimiento si no se obtiene algo a cambio, y en el que nos resulta mucho más fácil ignorar nuestra realidad que sonreírle. Yo ya sé, mejor que nadie, que buscar las palabras adecuadas no siempre es fácil, por eso muchas veces las veo flotando por encima de mi cabeza, como si ellas también estuviesen esperando a ser usadas, a que llegue su momento. Últimamente las mantengo encarceladas en pensamientos, porque tengo miedo a soltarlas y que el daño que puedan causar sea peor del que pueda esperar. Esto es algo que tengo que hacer yo sola y sin ayuda, ya que las palabras son algo muy íntimo de cada uno, aunque no todos le den el mismo valor. Yo observo las mías, y las mezo con el paso del tiempo, las perfecciono, a pesar de que al final, lo natural y espontáneo siempre termina siendo lo más original. Es como intentar escribir sin pensarte, y es que todavía no he encontrado palabras que sepan hacer ese trabajo por mí. Pero no temas, las encontraré, y entonces serán más fuertes, más sutiles, más consistentes, y tendrán una actuación tal, que ni siquiera tú serás capaz de pararlas, porque ya no las controlarás, sino que ellas te invadirán a ti, y vas a sentir todo lo que hasta ahora no pudiste. Te llenará una sensación de desasosiego interior, y te llegarán todos mis sentimientos de golpe, como si sólo hubieran nacido para eso. Así nos reímos un rato, quizá de lo curioso que es el mundo, quizá del cambiante tiempo o de cualquier otra obsesión sin importancia y, como siempre, nuestros verdaderos motivos quedarán encerrados sólo para nosotros, porque llevamos toda la vida sin mostrarlos, y no lo haremos ahora. 




                         

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