Hablemos
de presente, allá vamos, seamos valientes. Invítame a pasear al borde del
precipicio, siembra la duda en cada paso que das, permítete el lujo de dejarme
sin palabras, de ser impulsivo, de saltar si tienes ganas. Yo intentaré
frustrar tus compases, ganar tus apuestas y reírme un poco del gran abismo de
las dudas, las incertidumbres y el miedo. Ya sabes cómo soy, o tal vez no lo
sepas tan bien como crees, o quizá no lo sepa ni yo. Vivir en un mundo de
hipótesis acerca de mí misma tiene su lado divertido y, por lo que parece,
ponerme nerviosa, provocarme escalofríos o clavar al rojo vivo y por la espalda
el puñal de tu sonrisa se ve que también lo es. Aunque, qué digo, es mucho más
que eso. Ha llegado un punto en el que me apasionan hasta tus propios demonios,
en el que lucharía contra todo pronóstico, contra todo obstáculo, en el que
gritaría tu nombre en un suspiro, en el que huiría de la misma muerte y me
repetiría todos los días de mi vida que no te quiero, que no lo siento, que me
encierro y me niego a salir. Puedo intentarlo, pero el polvo y las cenizas de
mi pecho hablan por sí solas, puedo prometerme mil y una canciones que no
pienso, pero pienso. Por poder, puedo susurrarte al oído las veces que he
soñado contigo y rezar porque no se vuelvan a repetir. Rezar, ¿a quién? No
queda sitio en este mundo para alguien superior, y es que parece que queramos
crearnos más problemas, cuando las personas por sí solas ya se bastan más que
cualquier Dios. Y si existiese, tendría la cordura suficiente para darse cuenta
de la maravillosa criatura a la que ha creado, porque contigo, amor, habría
roto todos mis esquemas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario