Hoy, hoy no me atrevo a hablar. Ni hoy, ni mañana. Ni dentro
de un siglo. Quizá te dé igual mi vida interior. Lo siento si es así. Solían
gustarte mis pensamientos trasladados al papel, pero sólo aquellos que te
permitía leer. Yo disfrutaba con tus sonrisas, entre papeles, sonrisas que no
llegaban a tus ojos. Aun así me conformaba, porque eran sonrisas de
complicidad, sonrisas no transformadas. Disfrutaba mandándote indirectas que
sólo yo entendía. Tan jóvenes y con tanto miedo. Qué contradicción más absurda.
Me pregunto cuánto tiempo dedicas todavía a pensar en mí. Sería divertido hacer
una gráfica común de pensamientos mutuos y ver cómo se me disparan mis cifras,
mientras que las tuyas permanecen inalterables, tan frías, tan indiferentes. Me
arrepiento de acciones no llevadas a cabo, de palabras desaprovechadas. Me
pregunto si tú también fuiste consciente de su existencia en algún momento y
también las dejaste escapar. Pienso a menudo en cómo será nuestra vida dentro de
unos años, si habré puesto punto y final a esa costumbre que tengo últimamente
de amarte en silencio. Si seguiremos en contacto, si por una vez en tu vida me
echarás de menos. Y así es como veo las cosas, incompletas, apagadas si no
estás tú con el brillo de tus ojos. Deberíamos haber parado el tiempo en ese
instante en el que nuestras manos se rozaron y mi corazón dejó de latir.
Deberíamos haber hecho las cosas bien. Pero yo siempre estaré dispuesta a
empezar de cero siempre que tú quieras, cuando tú me lo pidas. Y cuando digo
siempre, es siempre. Hoy, mañana, y dentro de un siglo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario