jueves, 25 de enero de 2018

Dicotómico.

La primera vez que te vi me recordaste a esos rayos de sol que se cuelan en primavera por la ventana, sin hacer preguntas, creando juegos de luces y sombras imposibles por toda la habitación. Escondías tras esa cara de niño bueno los secretos más recónditos de tu ser. Rehuías mi mirada y creáis que nadie podría resquebrajar esa gruesa capa de cinismo y silencio. Tus ojos bailarines lo observaban todo sin ser vistos, demasiado concentrados en pensamientos en los que me gustaría quedarme a vivir. 

La última vez que te vi, supe que eras peligroso, que eras tormenta y huracán, que detrás de esos finos rasgos repasados a pincel había un alma salvaje que luchaba contra toda calma que pudiese llegar tras la tempestad. En tus labios leía al animal que todos llevamos dentro, pero también a un chico asustado y huidizo buscando su lugar en un mundo hostil y despiadado. Si tuviera que escoger, me quedaría sin duda con esa mezcla explosiva, con ese sabor agridulce de la libertad de saber que tu única cárcel, tu único límite, siempre fuiste tú mismo.


La última vez que te vi, supe que tu batalla no llegaría nunca a su fin, y deseé con todas mis fuerzas nunca haber luchado en tu contra en esa guerra sin cuartel. 


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