jueves, 10 de abril de 2014

Déjalo ser.

Me gusta abrazarte, y poder oír el tic tac de tu corazón durante unos segundos. También me gustan el chocolate y los días de lluvia. Y la rutina del tren, que recorre más vidas que cualquier libro, con sus complicados engranajes y sus paradas y sus aullidos. O ver otra vez el puente de Rande aparecer, y volver a sentirme en casa. Contemplar la inmensidad del mar y verte a ti misma reflejada entre sus olas. Perderte después en el océano de tus propios miedos, a veces. Contemplar lo sencillo y desentrañar lo difícil. Sueña Dylan en tus oídos, sin ser errata. Suena la almohada cuando retumban los latidos de tu alma. Y así, sin más pero también sin menos, escuchas y luego sientes, o sientes y luego escuchas, que es lo más probable. Pasan por tu mente palabras demasiado cerca, rozando puntos intocables. Pero lo cierto es que somos muy tocables, si no pregúntale a sus labios, a sus manos, a su risa. Esa compleja máquina que no cesa, ese reloj que se hace llamar corazón, y que, imantado, se guía según sus propios puntos cardinales. Ese carácter cambiante y sus pasajeros efectos. Esa voz, que no falla. Todo eso, todo eso.



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