jueves, 30 de mayo de 2013

A medias.


Siempre pensamos que este momento nunca llegaría. Y aquí nos ves, a ti y a mí, sentados en un banco, quizá esperando que el cielo caiga sobre nuestras cabezas, ya de por sí cargadas de responsabilidades. Siento las manos heladas, a pesar del calor que hace. Siempre me pasa cuando me pongo nerviosa. Tú pareces sereno, con esa sonrisa que nunca abandona tus labios, cuando lo haga creo que el sol dejará de brillar tanto. Pero en el fondo sé que estás nervioso, tú a mí no me engañas, no a estas alturas. Me tenías confundida, y pensabas que así lo arreglabas todo, porque sabías que yo no soportaba mantenerte la mirada. Te reías de mí como si fuese una niñata estúpida cualquiera, y tal vez me comporté como tal. Tu manía de confesarme las cosas a medias. Sabías cuánto me gustaba que lo hicieras, vaya si lo sabías. Y cómo lo aprovechabas. Supongo que aquello se parecía bastante a la felicidad: efímera, plena, radiante. Y como todas las cosas terrenales, acabó. Yo creo que los dos contribuimos con nuestro trocito de indiferencia y pasividad, a nuestra manera. No pudimos aguantar más, supongo. Y pensar que te vuelvo a tener a unos pocos metros, ahora ya sin sentir nada...No sé de lo que tengo más miedo, si de lo grande que fue aquel día, o de lo monótono y decepcionante que se ha convertido ahora. Las dos cosas son increíbles, las mires por donde las mires, a su manera, como fuimos siempre tú y yo. 



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